martes, 25 de marzo de 2008

De la infección a la libertad y a la democracia

La burguesía, con su celebración permanente del individualismo, se erige en defensora de absolutos que piensan extensivos a la humanidad. Pero la libertad no es nunca un absoluto. Tampoco lo es la democracia. Y lo que está en discusión en estas cuestiones es un proyecto emancipador. Las conquistas del proletariado significan, sin vueltas, el cuestionamiento del sistema burgués y sus custodios. Si bien es mucho mas digna la democracia de este sistema a su directa (y explicita) represión y dictadura -además de que se la aprecia recién cuando se la pierde en una tiniebla mayor- no hemos de olvidarnos que son profundidades del mismo pozo. Y, a la vez, son las excusas que usa el reaccionarismo frente a cualquier posibilidad real de que su clase cómplice pierda el dominio. Y no solo ellos, la clase política también es cómplice del estado de somnolencia en el que sumergen a la sociedad para no despertar a una realidad inminente. Por favor amigos, despertemos a la amenaza de supervivencia en el planeta, en casi todos los planos: desde el material, intelectual, social, económico, espiritual y hasta incluso en el ecológico.
No puede haber otra democracia que la de los trabajadores. La democracia que defienden algunos es, en cambio, la democracia de los terratenientes, los magnates y los intereses monopólicos para esclavizar al pueblo con las cadenas de la explotación en la producción, las finanzas, la prensa, la heredabilidad de los beneficios sociales entre dinastías cáusticas intocables e intachables, la desigualdad de oportunidades, la marginación, la exclusión, la religión (la culpa), y las demás epidemias insertadas en los subsuelos del pueblo. Cuando estos algunos se proclaman en defensores de nobles valores culturales, poniendo la libertad por encima de todo, hay que ver qué intereses emblematizan, no solamente ellos, sino sus beneméritos valores culturales y su tan preciada libertad.

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