lunes, 25 de octubre de 2010

Mariano Ferreyra I

Tengo que decir que me da con mucho dolor todo esto. Este asesinato, y toda esta impunidad arrastrada. Me pegó muy hondo y casi en lo personal este crimen.
Con esto, reviso mi militancia cada 5 minutos y lo que quiero aportar con toda mi cabeza, mi corazón y mis manos para que nazca y se pare lo verdaderamente nuevo sobre esta superficie podrida.

No se esperen grandes análisis ni intervenciones novedosas. Más que nada revulsión.
Me genera muchísimo asco y rechazo la manipulación que en el plano de la politiquería (en reemplazo de la política, como es regla infalible desde hace años) realizan distintos sectores partidarios y mediáticos. Así como también (más allá de las generales mediocridades) me genera bronca el papel desempeñado por estos campeones de la falacia y la manipulación conocidos como funcionarios, y ni hablar de la amargura que me causa la exacerbasión lamentable de la más triste militancia juvenil reclutada para "bancar a Cristina" y al Gobierno Nacional, pese a todos los aspectos 'progres' que a éste debe reconocersele.

Mucho podría aportarse sobre como se maneja ese triángulo de la corrupción constituido por la cúpula de la burocracia sindical ferroviaria, la Secretaría de Transportes y los concesionarios. La escandalosa tercerización que realizan los concesionarios es una herramienta para reducir los costos laborales y afectar la sindicalización y democratización de los espacios laborales.
Y no es menor señalar que juegan aquí también los enormes e infinitos subsidios con que el gobierno premia a las concesiones ferroviarias alimentando, aun más, este triángulo nefasto.

Hay muchas cosas que no puedo decir ahora, simplemente por incapacidad. Dolor, bronca, angustia, reflexiones cruzadas, me hago promesas, caminos que marcan, y mucha mucha fuerza.


Como siempre, no pido que se esté de acuerdo conmigo o mis valorizaciones, y menos aún por este espacio.
Quiero compartir algo que me llegó por mail (y fue el disparador original de esta nota), que es una de las huellas que alguién dejó expresando, con sus matices, mucho de lo esto me causa y genera.
Aunque los links desalienten la continuidad de la lectura, el esfuerzo es mínimo:

Fuegos de Oktubre. - Helena
http://artepolitica.com/comunidad/mariano/

Todo lo demás no importa.

miércoles, 14 de abril de 2010

Información para el vecino de la ciudad más linda del mundo


Me costó descubrir la porteñidad. A los 18, al salir del conservatorio en el barrio del Abasto, con la sensibilidad que me da la música en todas las partes de mi ser, escuchando unos tangos en la dos por cuatro, me di cuenta. La descubrí y la sentí en toda su plenitud, con sus bellísimos gestos, y su virtuosismo personal.

Durante mucho tiempo desdeñé y menosprecié a esta ciudad, por ser ella y por ser una ciudad como todas. Siempre fui más de la tierra que del asfalto. Criollo, gaucho. Del puerto, y su excentricismo semafórico y de chimenea, no tanto. Aún así, con mis ideas federales y un rechazo ideológico a la gran ciudad que arrastro de chico, surgió un sentimiento, a mis 18 años en el barrio del Abasto, de una belleza mística inconmesurable. Nada que contradiga la esencia de mis principios: siguen firmes. Nada que tenga que ver con ellos, sino una evolución emocional, espiritual...¿qué se yo, viste? Me gustan sus barrios y calles de adoquín, sus vecinos en la puerta de Pompeya saludando con un mate, y la sonrisa en la cara mientras la cabeza se inclina. Me gusta ese nosequé de Buenos Aires, de las avenidas para adentro y de sus parques, como también de sus calles largas, principales.

Disfruto con el alma la sonoridad de sus historias, la musicalidad de su tango, que tiene asociado a mi cuerpo un amor muy grande.

La estoy empezando a querer y porque tal vez la veo como desde un exilio. Mis movimientos están quietos y mis sentidos sensibilizados, y el sol que pasa entre los árboles mientras escribo esto inunda cariñosamente de calidez mi rostro y mis manos.

Desde un exilio, como si estuviera lejos y fuera, y pensara en el encanto de la sonrisa de Gardel. Un exilio, como si me hubieran ido y echado, y en donde mi mirada parte de atrás de mis ojos, y mi craneo es la carcel desde donde sobrevuelo tranquilo la atmósfera, el paisaje, el momento porteño.

martes, 19 de enero de 2010

Sánscrito

Sánscrito, verborrágico, antinómico.
Piel de espuma, color floreado.
Rabia de saliva, manteles verdes
Tantas cosas que van a parar sueltas al lavavajillas
Mientras, el cocodrilo del desagüe se traga y chupa todo
El agua de los albañales.


Tengo un papel plegado, que hubiera sido un avión si hubiera sabido hacerlo, pero solo es un bollo, que entonces, creo, viaja más rápido.
Mil hojas que son de otoño y llenas de bichos huraños y otras cosas en la tierra, tengo en un cuaderno encerradas. En ellas yo escribo estos preludios que se sienten sólo cuando se está ausente de uno, estando estrecho de uno mismo y no solo, sino con concurrentes gentes rodeándolo. Mientras avanzo con la tinta, todo se reproduce en mi antebrazo. Como si ese pinchazo a la hoja me tuviese que ser devuelto, cuando bajo de renglón, cuando cambio de historia, una pluma y un tintero me sellan y me rasgan la piel mas exterior, y todo lo que había escrito anteriormente pasa a quedar mas grabado en mi piel que en la hoja, como una injusta recompensa, como una marca inevitable.

En esta paradoja, la pauta de que la tinta que yo expulso quedará en mí más que en otro lado, está encerrada en el precepto monótono de lo que es inexplicable e ineludible, así como bichito cualquiera de maceta está encerrado todo el largo del día en un balcón solito y solitario balcón sin colores y sin sombras, sin la luz del sol calido, sin la bocanada de aire fresco.
El balcón sin enredaderas, no tiene ningún flequillo que caiga mas allá de sus posibilidades, porque no tiene cabellera verde, ni azul ni violeta.

Solo hay en mi balcón negro, sucio y desprolijamente encerado, una reja y luz tenue, de amarillo resplandor lóbrego, de lámpara callejera que pende de un poco de cobre, en que los pájaros tranquilos se reposan, y en donde mueren desplumados, con corriente electro-venenosa en su desparpajo ruidoso por salvar el cuerpo. Ahora si, cae planeando una de sus plumas a mi balcón sin luz, y el árbol de allá en frente ya se queda desnudo de tanto expulsar inquilinos amarillentos, los cuales yo tomo, y con la pluma sucia de sangre eléctrica, escribo esto que se rompe en mil pedazos.

Cuando avanzo en este relato, mientras siga con estos rodeos, la pluma desgreñida de aquella ave alguna vez en caída, que es la que estoy ahora empuñando, craquelará la superficie de mi testimonio, la planta de mi suelo. Si, ahora mismo, ya está fragmentando el tallo y el cuerpo de la hoja donde escribo, y tengo que malabarear para continuar el relato, si ya está quebrando mi piel y mi papel y mi seca hoja para hacer caer de a pedazos mi escaso recuerdo de lo que ya ni sé qué estaba contando. Cuando no es seguro donde escribo, nada de lo que intentare tendrá sentido, pues se derrumban los significados y revueltos en el piso quedan; y porque sin aire no hay sonido que claro sea.