martes, 24 de julio de 2007

¿Sudamérica o Sub-América ? (¿Parte I?)

El joven que nos debemos, el joven que debería, el joven existente
(puesto que creo en él).



El joven leía un libro apaciblemente hasta que tuvo que interrumpir su relato por el aterrizaje del avión. “Abróchense los cinturones, dejen lo que hacían, sientan nauseas”. En fin, el planeador se detuvo posándose con toda naturalidad en el pasto gris, el muchacho se levanta y a la orden desciende del aire. Entra dentro de un especie de colectivo que lo traslada desde las pistas de aterrizaje hasta el edificio central del aeropuerto. Barajas, Madrid. En realidad aún esta en el ‘no lugar’, esperando demostrar su legalidad para entrar en el mundo nuevamente y encontrarse con sus tíos, pero la cola es larga y lenta, hay algunos disturbios, retoma la lectura. Antes y durante las líneas de ese libro, advierte los carteles que encabezan las filas que deberá elegir para posicionarse. “Miembros de la UE (Unión Europea)”; “Resto de las nacionalidades”.

¿RESTO? Ese insulto nos relega a todos nosotros a ser no más que lo que sobra, lo que es ilegitimo, las migas que uno prefiere tirar al suelo antes de que permanezcan incomodando el paisaje maravilloso de nuestro escenario de acción; porque, después de todo, estando tan abajo tal vez algún perro las mastique, o las pisaremos y luego las llevaremos a otro infierno mejor. Nos rotula de insignificantes, de infames.
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Los Estados Unidos, esa poderosa sociedad industrial en expansión, vive una etapa de ávido imperialismo y como ha confesado un senador yanqui, " la Tierra del Fuego es el único limite que reconoce la ambición de nuestra raza". Como pudiera hacerlo cualquiera, al ahondar en la historia yanqui, el joven argentino se entera de la incesante expansión norteamericana, de la compra de Luisiana, la ocupación de Florida, el robo de la mayor parte del territorio mejicano, las incesantes guerras en oriente, actualmente Irak, la aberrante y nefasta forma de avanzar a tumbos, destruyendo naciones, principios, ecosistemas, todo en pos de la riqueza económica, eliminando la riqueza cultural, intelectual, social, política y otras, de los lugares sobre los que avanza matando. ¿Como no surgió una protesta en toda América Latina?- y el joven se pregunta-. ¿Se concilia acaso con la plena autonomía de nuestros países (aunque de molde, o de forma) la existencia en Washington de una oficina de republicas hispanoamericanas que tiene la organización de un ministerio de colonias? “
Basta un poco de memoria para convencerse de que su política tiende a hacer de la América Latina una dependencia y extender su dominación en zonas graduadas que se van ensanchando, primero con la fuerza comercial, después con la política y por ultimo con las armas. Nadie ha olvidado que el territorio mejicano de Texas pasó a poder de los Estados Unidos después de una guerra injusta… hay que desechar toda hipótesis de lucha armada. La conquistas modernas difieren de las antiguas en que solo se sancionan por medio de las armas cuando ya están realizadas económica y políticamente. Toda usurpación material viene precedida y preparada por un largo periodo de infiltración o hegemonía industrial capitalista y de costumbres, que roe la armadura nacional, al propio tiempo que aumenta el prestigio del futuro invasor. Por eso, al hablar del peligro yanqui, no debemos imaginarnos una agresión inmediata y brutal que seria hoy por hoy imposible, sino un trabajo paulatino de invasión comercial y moral que se iría acreciendo con las conquistas sucesivas… Los que han viajado por la América del Norte saben que en Nueva York se habla abiertamente de unificar la América bajo la bandera de Washington. El partido que gobierna se ha hecho una plataforma de ‘imperialismo’… Los asuntos públicos están en manos de una aristocracia del dinero formada por grandes especuladores que organizan trust y exigen nuevas comarcas donde extender su actividad. De ahí el deseo de expansión…Por eso, no hay probabilidad de que tal política cambie o tal partido sea suplantado por otro, porque a fuerza de dominar y triunfar se ha arraigado en el país esa manera de ver hasta el punto de darle su fisonomía y convertirse en bandera… Según ellos es un crimen que nuestras riquezas permanezcan inexploradas a causa de la pereza que nos suponen… Se atribuyen cierto derecho fraternal de protección que disimula la conquista.
Se traslada el joven mentalmente a Méjico y esta experiencia en la tierra azteca le otorga mayor claridad a su conciencia sobre el problema. Si allá (más al norte) había advertido la ostensible actitud prepotente, pletorita de fuerza en expansión, aquí observa la otra cara: la mayor injusticia social, las compañías foráneas desbordando las leyes, el resentimiento y la hostilidad callada del pueblo contra “el gringo” que lo expolia. Del contraste entre ambos países -o entre ambos “continentes”, el de los Estados Unidos y el de América Latina ,en realidad- obtiene el joven claras conclusiones. Mientras en el norte, las trece ex colonias inglesas se unificaron, desarrollaron sus industrias y se expandieron constituyendo una nación pujante y prospera y al punto poderosa que ha devenido en imperialista, al sur del río bravo las colonias españolas se desmembraron en veinte países, la mayoría de los cuales no desarrollaron sus potencialidades y están todas, sojuzgadas o en camino de serlo. Imperialismo y prepotencia en el norte, subordinación y debilidad en el sur. Unificación, industrialización y progreso en el norte, desmembramiento, miseria y atraso en el sur. Así piensa el joven mientras viaja de regreso al hoy y ahora, real y material. Y su juventud entusiasta medía la magnitud de la obra a que parecían predestinadas las nuevas generaciones: trabajar a favor de un continente moralmente unido hasta rehacer, por lo menos diplomáticamente, el conjunto homogéneo que soñaron los iniciadores de la independencia, reconquistar con ayuda de la unión, el respeto y la seguridad de nuestros territorios y hacer a cada republica mas fuerte y mas próspera dentro de una coordinación superior, garantía suprema de las autonomías regionales.

Algo de esto pensaba y leía el joven, que lejos de su país y continente, sentía con extraño fervor de lejanía, el deseo de una justicia sólida. Vaya enredo, tan lejos y tan fuera.
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-Texto escrito genuinamente por Manuel Ugarte.
-Arreglos armónicos, reestructuración literaria, re redacción del mismo y sumatoria de ideas, por Hernán “ostia que no” Novara.

Expreso mi intención de que esto sea leído por aquellos con los que intentamos darle cuerpo a nuestra insatisfacción general, es decir, ocho y frodo para empezar.

lunes, 9 de julio de 2007

La patria lejos.

Tucumán, en la mitad del invierno. Desde la ciudad hacia el valle del Tafí se atraviesa la zona selvática y montañosa de las Yungas, donde operó la guerrilla del Ejercito Revolucionario del Pueblo en los setenta. Hoy, el camino costea algunos pueblos, establecimientos rurales, ranchos, caseríos y escuelas plantadas, como insignias, en el medio del monte.
La vegetación se cierra sobre el camino, tejiendo un túnel compacto, húmedo y verde. Un grupo de chicos corre hacia su escuela para celebrar la fiesta patria; algunos van disfrazados como granaderos y soldados de la independencia; uno, vestido de negro, lleva en la mano una galera de cartón; otro hace restallar un látigo. Son actores de una pequeña representación patriótica, vestidos esforzadamente para evocar las primeras décadas del siglo XIX. Quizás esos chicos, que viven a unas decenas de kilómetros de la casa donde se juró la declaración de la independencia, no la han visitado todavía; probablemente solo lleguen a la ciudad cuando abandonen la escuela y salgan a buscar trabajo.
¿Donde esta la igualdad de oportunidades para un chico de una escuela rural en el monte tucumano? En los disfraces de soldados de la independencia, en la galera de cartón, la escuela se esfuerza por ofrecer una presencia igualadora. Imagino una maestra o un maestro preparando esos disfraces y enseñándoles a sus alumnos algunos parlamentos de memoria, palabras patrióticas. Pero ¿que es la patria para esos chicos?
Sus padres son campesinos paupérrimos, dependen del caudillo que reparte planes sociales como si fueran suyos, cultivan lotes minúsculos, confían en que pase el acopiador para vender lo que llegan a cosechar y para comprar algo de almacén; no comen nunca pan de panadería, que viene a ser un especie de regalo principesco en el campo; cuando están enfermos llaman a la ambulancia por radio y esperan. Las escuelas parecen barquitos blancos en los cerros. A veces llegan donaciones a lomo de mula para alcanzar a las más lejanas. ¿Eso será la patria?
Los chicos disfrazados corren hacia la escuela y se oye una campana. La escena podría parecer un idilio patriótico y, sin embargo, produce más consternación que entusiasmo. Esos chicos no son iguales a otros: comen peor, sus padres tienen peores condiciones de trabajo, permanecerán en la escuela unos pocos años hasta que puedan servir en el mercado. La desigualdad es la forma misma de su destino y, en consecuencia, la patria es un espacio mayormente desconocido donde ellos se amontonan en un rincón, un maravilloso paisaje, atravesado por la miseria y la precariedad, un paisaje exuberante donde no sobra nada para ellos, que son sus ocupantes miserables.
Muchas escuelas argentinas reciben donaciones: zapatillas, comida, cuadernos o lápices que ni los padres de los alumnos pueden comprar ni el estado les ofrece. Las donaciones podrían ser entonces una forma de patria: la solidaridad de los particulares que se organizan para enviar cargamentos allí donde los gobiernos no los envían. Sin embargo, esto nos obliga a pensar en una rara especie de patria que no se apoya en instituciones ni en gobiernos. Una comunidad sostenida, o casi, en los buenos sentimientos solidarios, no en el ejercicio universal de los derechos.
Cuando las provincias que todavía no eran una republica firmaron el acta de la independencia en Tucumán en 1816, lo hicieron porque la idea de patria (un símbolo) debía soldarse a la idea de Estado, derechos, instituciones, gobierno. Han pasado casi doscientos años y (mientras en el Palacio Municipal hay un letrero luminoso que anuncia en forma de cuenta regresiva, convocando a la expectación y sumando una cuota de propaganda oficial, cuanto falta para el bicentenario de la revolución de mayo), para millones, ha dejado de existir una patria, es decir un espacio común donde puedan ejercerse los mismos derechos y tener las mismas oportunidades. Los chicos que corren hacia la escuela en los montes tucumanos son menos argentinos que otros chicos que, ese mismo día, asisten a sus fiestitas del 9 de julio en otros lugares del país. Y el país y la patria no están solo en las tradiciones y las costumbres de saber como se vestían esos señores en la época colonial, ni en la obligación moral de saber que esa patria existe y llega hasta tantos lados y supuestamente a uno lo abarca.
Sin igualdad de oportunidades no hay patria. Es así inútil la idea de pertenencia a un espacio. La idea del patriotismo esta envenenada por la desigualdad. La patria es una promesa tanto como un común compromiso. Nada puede atar a un ser humano al lugar donde su vida no vale tanto como la vida de otros.
En realidad, “disfraz” es la palabra adecuada: ese día los chicos de la escuela de los Yungas hicieron lo que otros, pero su pasado y su presente se revela debajo de los disfraces como una carga que los vuelve, probablemente para siempre, desiguales. Para estos chicos, patria quiere decir lejanía.

¿Y para los otros chicos, es decir, casi nosotros mismos? Que tenemos el azaroso buen pasar de recibir mejor educación, de vivir en mejores condiciones, de poder pensar y movilizar. ¿Que es/hacemos patria para nosotros?