jueves, 24 de diciembre de 2009

Aflicción.

Yo soy quien mantiene inerte lo que me rodea,

conservo y creo la estructura que me dio

a aquellos que no están conmigo.

Me entregaron una dinámica pasiva,

con su puntualidad absoluta y su externa

demanda excesiva.

Lanzaron me, sin otro punto de fuga, a la misma

Hostil estructura.

Exhalar, para que en cada suspiro, devuelva el aire

a esta atmósfera inundada, y ellos respiren

mi silencio cobarde. Y ellos respiren su parásito

Que me duerme



Romper este soñoliento estado,
vencer esta inercia es necesario
para los que no pueden, como yo sí,
ni si quiera afligirse de este modo literario.
Si hay que, de día a día, noche a noche,
endurecer el pecho, salir
de frente y espantar los temores,
No hay tiempo ni lugar para los lamentos, ni caprichos,
de un literato y escritor afligido.
No hay tiempo, ni espacio, para letras y tinteros
de un lagrimeo estilizado,
que mira desde lejos cómo la guadaña de esta injusticia
pareciera no alcanzarlo.

Lo importante no es solo poetizar,
sino preguntarse en qué estado estamos,
los de más arriba y los de abajo,
y apurarse.
Porque no son nuestros los profundos dolores,
no son nuestros los tiempos, ni el aliento ni el descanso;
Son los tiempos del que corre el hambre y la miseria,
de los chicos en la calle que ya afónicos,
y casi sin despegar los labios,
piden un profundo cambio.

Intento controlar este pulso apresurado,
estas letras desprolijas.
Hacer una pila de ellas, armar un rompe cabezas de significados,
corregir la ortografía y acomodar los esquemas…

Pero no hay mano que vuelva tanto sobre sus pasos, que dude, cuando se trata de sobrevivir la adversa vida impuesta. Cuando, a sello de sangre, hay que soportar las penurias e intentar seguir adelante.
Y pienso, ¿qué hago acá, con mis dedos temblorosos, desorganizados, pulsando el abecedario, escribiendo tanto?
Esta mano que dibuja palitos en la hoja, y que verdaderamente pertenece a otro, ¿qué hace en este momento, por hacer posible lo que es necesario?

Hernán Novara.

“Descendientes del bostezo ya no hay techo que nos cubra del diluvio…”
-G. Pesoa

miércoles, 17 de junio de 2009

La hora de los hornos

El pueblo de un país recolonizado como el nuestro no es dueño de la tierra que pisa, ni de las ideas que lo envuelven, no es suya la cultura dominante, al contrario: la padece. Solo posee su conciencia nacional, su capacidad de subversión. La rebelión es su mayor manifestación de cultura. El único papel válido que cabe al intelectual, al artista, es su incorporación a esa rebelión testimoniándola y profundizándola.

No hay en América Latina espacio para la expectación ni para la inocencia. Uno y otra son sólo formas de complicidad con el imperialismo. Toda actividad intelectual que no sirva a la lucha de liberación nacional es fácilmente digerida por el opresor y absorbida por el gran pozo séptico que es la cultura del sistema.

Nuestro compromiso como hombres de cine y como individuos de un país dependiente no es ni con la cultura universal, ni con el arte, ni con el hombre en abstracto; es ante todo, con la liberación de nuestra Patria, con la liberación del hombre argentino y latinoamericano.

A diferencia de las grandes naciones, en nuestros países la información no existe. Vegeta una seudoinformación que el neocolonialismo maneja hábilmente para ocultar a los pueblos su propia realidad y negar así su existencia. Provocar información, desatar testimonios que hagan al descubrimiento de nuestra realidad, asume objetivamente el Latinoamérica una importancia revolucionaria.

Un cine que surge y sirve a las luchas antiimperialistas no está destinado a espectadores de cine, sino, ante todo, a los formidables actores de esta gran revolución continental. No pretende más que ser útil en el combate contra el opresor. Será por lo tanto, como la verdad nacional, subversivo. Llegará apenas a reducidos núcleos de activistas y combatiente y sólo a través de ellos y desde ellos podrá trascender sobre capas mayores. Su estética deviene de las necesidades de este combate y también de las inagotables posibilidades que este combate le brinda.

LA HORA DE LOS HORNOS, antes que un film, es un ACTO. Un acto para la liberación. Una obra inconclusa, abierta para incorporar el dialogo y para el encuentro de voluntades revolucionarias. Obra mareada por las limitaciones propias de nuestra sociedad y de nosotros, pero llena también de las posibilidades de nuestra realidad y de nosotros mismos.

Fernando Pino Solanas- Octavio Getino (en exilio: Pesaro, Italia, junio 1968)