miércoles, 14 de abril de 2010

Información para el vecino de la ciudad más linda del mundo


Me costó descubrir la porteñidad. A los 18, al salir del conservatorio en el barrio del Abasto, con la sensibilidad que me da la música en todas las partes de mi ser, escuchando unos tangos en la dos por cuatro, me di cuenta. La descubrí y la sentí en toda su plenitud, con sus bellísimos gestos, y su virtuosismo personal.

Durante mucho tiempo desdeñé y menosprecié a esta ciudad, por ser ella y por ser una ciudad como todas. Siempre fui más de la tierra que del asfalto. Criollo, gaucho. Del puerto, y su excentricismo semafórico y de chimenea, no tanto. Aún así, con mis ideas federales y un rechazo ideológico a la gran ciudad que arrastro de chico, surgió un sentimiento, a mis 18 años en el barrio del Abasto, de una belleza mística inconmesurable. Nada que contradiga la esencia de mis principios: siguen firmes. Nada que tenga que ver con ellos, sino una evolución emocional, espiritual...¿qué se yo, viste? Me gustan sus barrios y calles de adoquín, sus vecinos en la puerta de Pompeya saludando con un mate, y la sonrisa en la cara mientras la cabeza se inclina. Me gusta ese nosequé de Buenos Aires, de las avenidas para adentro y de sus parques, como también de sus calles largas, principales.

Disfruto con el alma la sonoridad de sus historias, la musicalidad de su tango, que tiene asociado a mi cuerpo un amor muy grande.

La estoy empezando a querer y porque tal vez la veo como desde un exilio. Mis movimientos están quietos y mis sentidos sensibilizados, y el sol que pasa entre los árboles mientras escribo esto inunda cariñosamente de calidez mi rostro y mis manos.

Desde un exilio, como si estuviera lejos y fuera, y pensara en el encanto de la sonrisa de Gardel. Un exilio, como si me hubieran ido y echado, y en donde mi mirada parte de atrás de mis ojos, y mi craneo es la carcel desde donde sobrevuelo tranquilo la atmósfera, el paisaje, el momento porteño.

4 comentarios:

Luli dijo...

negri, ojalá tomes esto NUEVAMENTE como un hábito más cotidiano, no referido a la cotinaeidad, sino a tu sabes, me gusta y se que te gusta (creo que eso hace que me gusta mas)

locucho dijo...

¡Ya era hora! No es que disienta con esa matriz ideológica que hace rechazar a la ciudad, pero como sentimiento (y no apariencia) soy muy porteño. Creo que todo eso que decís, y agrego la nostalgia y la melancolía, son parte del adoquín y el colectivo desvencijado, o de repente una pareja bailando tango en los arrabales, o un bandoneón que se escuche desde un balcón, a las cuatro de la mañana, sobre Carlos Calvo o alguna calle más angosta. Y todo eso mismo, y el caminar por las calles de San Telmo (el verdadero) o La Boca (la verdadera), o sea por Pompeya o Versailles, donde las viejas siguen sentadas en el umbral hablándose a los gritos a través de la calle que las separa y ambas con la pava en la mano, quizá con una radio para ahogar el silencio, o con el viejo al lado, parado, recibiendo los mates que la vieja le ceba. Y toda esa sensación de ser, tan palpable pero tan poco tangible, que tiene la ciudad, cuando la tenés en la yema de tus dedos, o en tus oídos y en los olores (el azufre de la línea A) y sin embargo no podés comprenderla en toda su magnitud, y sabés que en toda su extensión apenas lográs tener un mínimo contacto. Casi como querer abrazar al globo terráqueo, y que tus brazos no lleguen más que a una cuadra, entre tanto kilómetro de cemento y jazmín.

No sé, esa misma sensación de impotencia de poder poseerla, a la ciudad; es la que tengo ahora mismo, tratando de describirla.

Un abrazo, viejo, ya podemos volver a vernos, pa balancear las cosas.

Fiore Muñoz. dijo...

Increíble negro

Clara Florencia dijo...

muy lindo (:
coincido en descubrimiento