lunes, 9 de julio de 2007

La patria lejos.

Tucumán, en la mitad del invierno. Desde la ciudad hacia el valle del Tafí se atraviesa la zona selvática y montañosa de las Yungas, donde operó la guerrilla del Ejercito Revolucionario del Pueblo en los setenta. Hoy, el camino costea algunos pueblos, establecimientos rurales, ranchos, caseríos y escuelas plantadas, como insignias, en el medio del monte.
La vegetación se cierra sobre el camino, tejiendo un túnel compacto, húmedo y verde. Un grupo de chicos corre hacia su escuela para celebrar la fiesta patria; algunos van disfrazados como granaderos y soldados de la independencia; uno, vestido de negro, lleva en la mano una galera de cartón; otro hace restallar un látigo. Son actores de una pequeña representación patriótica, vestidos esforzadamente para evocar las primeras décadas del siglo XIX. Quizás esos chicos, que viven a unas decenas de kilómetros de la casa donde se juró la declaración de la independencia, no la han visitado todavía; probablemente solo lleguen a la ciudad cuando abandonen la escuela y salgan a buscar trabajo.
¿Donde esta la igualdad de oportunidades para un chico de una escuela rural en el monte tucumano? En los disfraces de soldados de la independencia, en la galera de cartón, la escuela se esfuerza por ofrecer una presencia igualadora. Imagino una maestra o un maestro preparando esos disfraces y enseñándoles a sus alumnos algunos parlamentos de memoria, palabras patrióticas. Pero ¿que es la patria para esos chicos?
Sus padres son campesinos paupérrimos, dependen del caudillo que reparte planes sociales como si fueran suyos, cultivan lotes minúsculos, confían en que pase el acopiador para vender lo que llegan a cosechar y para comprar algo de almacén; no comen nunca pan de panadería, que viene a ser un especie de regalo principesco en el campo; cuando están enfermos llaman a la ambulancia por radio y esperan. Las escuelas parecen barquitos blancos en los cerros. A veces llegan donaciones a lomo de mula para alcanzar a las más lejanas. ¿Eso será la patria?
Los chicos disfrazados corren hacia la escuela y se oye una campana. La escena podría parecer un idilio patriótico y, sin embargo, produce más consternación que entusiasmo. Esos chicos no son iguales a otros: comen peor, sus padres tienen peores condiciones de trabajo, permanecerán en la escuela unos pocos años hasta que puedan servir en el mercado. La desigualdad es la forma misma de su destino y, en consecuencia, la patria es un espacio mayormente desconocido donde ellos se amontonan en un rincón, un maravilloso paisaje, atravesado por la miseria y la precariedad, un paisaje exuberante donde no sobra nada para ellos, que son sus ocupantes miserables.
Muchas escuelas argentinas reciben donaciones: zapatillas, comida, cuadernos o lápices que ni los padres de los alumnos pueden comprar ni el estado les ofrece. Las donaciones podrían ser entonces una forma de patria: la solidaridad de los particulares que se organizan para enviar cargamentos allí donde los gobiernos no los envían. Sin embargo, esto nos obliga a pensar en una rara especie de patria que no se apoya en instituciones ni en gobiernos. Una comunidad sostenida, o casi, en los buenos sentimientos solidarios, no en el ejercicio universal de los derechos.
Cuando las provincias que todavía no eran una republica firmaron el acta de la independencia en Tucumán en 1816, lo hicieron porque la idea de patria (un símbolo) debía soldarse a la idea de Estado, derechos, instituciones, gobierno. Han pasado casi doscientos años y (mientras en el Palacio Municipal hay un letrero luminoso que anuncia en forma de cuenta regresiva, convocando a la expectación y sumando una cuota de propaganda oficial, cuanto falta para el bicentenario de la revolución de mayo), para millones, ha dejado de existir una patria, es decir un espacio común donde puedan ejercerse los mismos derechos y tener las mismas oportunidades. Los chicos que corren hacia la escuela en los montes tucumanos son menos argentinos que otros chicos que, ese mismo día, asisten a sus fiestitas del 9 de julio en otros lugares del país. Y el país y la patria no están solo en las tradiciones y las costumbres de saber como se vestían esos señores en la época colonial, ni en la obligación moral de saber que esa patria existe y llega hasta tantos lados y supuestamente a uno lo abarca.
Sin igualdad de oportunidades no hay patria. Es así inútil la idea de pertenencia a un espacio. La idea del patriotismo esta envenenada por la desigualdad. La patria es una promesa tanto como un común compromiso. Nada puede atar a un ser humano al lugar donde su vida no vale tanto como la vida de otros.
En realidad, “disfraz” es la palabra adecuada: ese día los chicos de la escuela de los Yungas hicieron lo que otros, pero su pasado y su presente se revela debajo de los disfraces como una carga que los vuelve, probablemente para siempre, desiguales. Para estos chicos, patria quiere decir lejanía.

¿Y para los otros chicos, es decir, casi nosotros mismos? Que tenemos el azaroso buen pasar de recibir mejor educación, de vivir en mejores condiciones, de poder pensar y movilizar. ¿Que es/hacemos patria para nosotros?

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