jueves, 22 de marzo de 2007

El sayal

Aquella ciudad no era la ciudad. Aquella ciudad que veiamos no era la que queriamos. Aquella ciudad que tocabamos no era la que esperábamos. Debajo de la purpura queriamos ver el sayal. El sayal es lo que esta cerca de la piel y la piel es lo que esta cerca de la sangre. En la ciudad, la purpura mentía.
Salíamos a la calle y veiamos la púrpura; ibamos a los teatros, a las conferencias, a los conciertos: veíamos la púrpura; conocíamos en este mundo a muchos hombres, a muchas mujeres y tocábamos la púrpura. En el gobierno estaba la purpura y en la calle estaba la purpura. Purpura, purpura; las palabras eran purpura; los actos eran purpura.
Pero algo nuevo, eso, es decir, la realidad constante, la nueva ciudad -pensabamos- no debe aficionarse a la purpura. Un pais nuevo es un estado de ferviente rebeldia. Un pais nuevo debe ser claro, limpio de palabra, seguro de si y exacto como la fundamental juventud. Un pais joven que se aficiona a la purpura esta pronto a degradarse por dentro. Y el nuestro era un pais joven.
No, no queriamos esa purpura. Nos asqueaba esa purpura. Nos asqueaba. No nos dejaba dormir.
De noche, en la alta noche durante el insomnio del alba pensábamos, obsesos, en la ciudad ahogada por esa purpura, en la ciudad interior, ignorada y sacrificada; en la ciudad doliente que levanta los ojos de una expectacion sin queja al digno cielo austral; que es ta en silencio, en lo mas profundo, como cereal madurante en la troj, en lo mas minimo y recondito de la geografia nacional.
Noche y dia el mismo pensamiento, la misma preocupacion.
En medio de nuestras risas, gritos, charlas, de pronto, alguno se callaba. Permaneciamos entonces atentos a ese silencio.
Era como si dijieramos la misma frase, la misma interior oracion:
-¿Cuando vendra a la superficie la ciudad profunda, la sana, la que existe puesto que creemos en ella? ¿Cuando?
Nos quedabamos un rato inmoviles, perplejos, como bestias tristes.
Los angeles de la tarde movilizaban despacio sus nubes claras en el techo tranquilo de la capital.

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