¿Cuál
es la inflación real de la Argentina? ¿Por qué hay inflación? ¿Quiénes son los
culpables, y quienes las víctimas? ¿Quienes se benefician? No cabe duda de que
la inflación es un fenómeno regresivo para toda la economía y que no hay nada
más inocultable que la suba de precios.
En las siguientes líneas ensayaremos una explicación de los orígenes y causas de este tema
complejo pasando por distintos factores: Desarrollo productivo, distribución de
las ganancias, grupos concentrados, exportaciones agrarias, industria nacional…
El por qué y cómo de este problema estructural que día a día golpea el bolsillo
de las familias trabajadoras y el porvenir productivo nacional.
Orígenes en la historia reciente de la
inflación actual
A propuesta de la ideología neoliberal, la hiperinflación de los
80 fue frenada a principios de los noventa con la Convertibilidad (paridad
cambiaria en la que un peso era igual a un dólar). No obstante, la propuesta
neoliberal incluía con esto hipotecar el futuro del país regalando nuestra
industria a los productos importados y vaciando el Estado con el proceso de
privatizaciones y extranjerización más profundo y abrupto que ha vivido nuestra
historia.
Y aunque a comienzos de los años noventa se registraron altas
tasas de crecimiento, el rápido deterioro de los indicadores laborales y el
aumento incesante de la pobreza y la indigencia ayudaron a repensar la relación
entre crecimiento y empleo.
La crisis del 2001 evidenció que Argentina tenía enormes dificultades
para generar empleo donde más de la mitad de la población se ubicó por debajo
de la “línea de pobreza”, y donde la destrucción de puestos de trabajo implicó
que la tasa de desocupación alcanzara a prácticamente un 25% de la fuerza
laboral. Todo esto debido a la creciente desarticulación y reprimarización de
su entramado productivo, con niveles de endeudamiento y de fuga de capitales
insostenibles.
Pasados once años de dicha crisis, muchas cosas cambiaron pero no
se ha logrado modificar la premisa de que el mejor camino para alcanzar el
desarrollo es a partir de generar altas tasas de crecimiento que impacten
positivamente en el mercado de trabajo, dado que esta dinámica supuestamente iría
provocando un efecto derrame positivo que mejoraría la distribución del
ingreso.
La distribución del ingreso no puede
abordarse meramente como una cuestión que deviene de otras, sino que debe
situarse en el centro del debate sobre desarrollo.
Gracias al abandono de la convertibilidad, al cese al pago de la
deuda externa, y al crecimiento de las exportaciones de soja y materias primas
en general, el país registró para el período 2003-2010 un ritmo de crecimiento
económico sin precedentes, del 8% anual promedio. Este crecimiento habilitó la
“salida del infierno” del 2002 viabilizando la necesidad de crear empleo
constatada en que el nivel del mismo crecía al tiempo que se expandía el
ingreso real de los ocupados, lo que hacía posible que los trabajadores
ocupados participaran de la riqueza generada.
Aunque esta dinámica positiva no alcanzó.
Si tomamos la situación
social en que nos encontrábamos en 1997 y se la compara con la del 2007, se
puede comprobar que el incremento en el nivel de actividad fue de un 30% en
tanto que el aumento del empleo fue menor (de un 15%). A esto se le suma el
considerable dato de que el ingreso promedio real se mantuvo en 2007 un 20% por
debajo del vigente en aquel momento. Es decir, la expansión del nivel de
actividad se realizó sobre la base de un mayor grado de explotación de la
fuerza laboral. La dinámica seguida por la economía argentina ha demostrado
resultados positivos en cuanto al crecimiento económico y a la generación de
empleo, pero no tuvo real impacto sobre
la matriz distributiva y en consecuencia se cimentó un nuevo y más deteriorado
piso distributivo sobre el que se edificó el crecimiento.
Por lo tanto no alcanza
con postular que la vía hacia el desarrollo y la equidad distributiva devienen
de una relación virtuosa exclusiva entre crecimiento y empleo. La ganancia
es el motor del sistema capitalista y su distribución es una problemática
central de la economía política y resultado directo de la correlación de
fuerzas entre capital y trabajo.
Una propicia evolución de las variables económicas y laborales (ampliación
del empleo y mejoras del salario), un nivel creciente de organización sindical
y de convenios colectivos de trabajo registrados (en blanco), son factores que
mejoran la capacidad de la clase trabajadora de disputar mayores proporciones
del producto.
Una distribución
progresiva del ingreso implica que no la pensemos como un efecto derivado de
otras situaciones, sino que debe ser ubicada en el lugar central de los
objetivos de la política económica, ya que es condición necesaria para el
desarrollo.
Menos distribución, más inflación
La riqueza generada en esta década de crecimiento fue capturada
sobre todo por las empresas más concentradas. De esta manera las 200
firmas de la cúpula económica que en 1997 presentaban un monto global de
facturación equivalente al 31,6% del PBI, en el 2007 representaban el 51,3%.
Esta mayor concentración se expresó en la creciente desigualdad en la
distribución del ingreso.
Esa desigualdad nos lleva a la paradoja de que en una sociedad más
rica (con un crecimiento del 30% de PBI) la tasa que mide la indigencia (quienes
poseen ingresos inferiores a los necesarios para comprar los alimentos básicos
para vivir) haya pasado del 6% en 1997 al 11% en 2007, casi duplicándose.
Sin embargo, toda esta comparación no pretende ser una defensa del
menemismo que desde el MTA combatimos. En esos años a través de la
desindustrialización y el endeudamiento se rifó al país generando consecuencias
que estallaron en el 2001 pero que también hoy heredamos y que determinan una
parte de los problemas del presente. Pero muy al contrario de una defensa, esta
comparación lo que pretende es demostrar que no hemos logrado superar los problemas de fondo y que inclusive algunos
diagnósticos en cuanto a la situación del trabajador han empeorado. El
gobierno nacional extrajo y maniobró parte de la renta que surgió del
crecimiento económico post-convertibilidad y con ello impulsó distintas
políticas. Pero no intervino ni aprovechó los mejores años de crecimiento para
transformar verdaderamente el modelo económico de los noventa y de ese modo
generar desarrollo nacional para la independencia económica y distribución del
ingreso para la justicia social.
Y lo más preocupante de este asunto es que de la renta que surge
del ahora desacelerado crecimiento económico, el gobierno extrae cada vez
menos de la parte empresaria y cada vez más de los trabajadores. La
inflación es causa y consecuencia de la desigualdad en la distribución del
ingreso.
La inflación es causa de la mayor extracción a los trabajadores
porque al no aumentar los topes del mínimo no imponible y de las asignaciones
familiares (mientras que crecen nominalmente los salarios intentando alcanzar
la suba de precios) el Estado aumenta su recaudación a expensas de los
laburantes.
Y la inflación es consecuencia de esta situación desigual porque
la Argentina sólo llegará al desarrollo nacional (que implica pleno empleo de
los trabajadores, del capital y de la capacidad productiva) si redistribuye su
ingreso. El “derrame de riqueza” que puede generar el crecimiento económico de
por sí no es equitativo, y al respecto de esto vale aclarar que no se llega al desarrollo simplemente
creciendo: el Estado debe generar políticas que modifiquen la estructura
económica para que la puja distributiva expresada en el PBI lleve a los trabajadores
a por lo menos una participación del 50%, como señalara el General Perón al
hablar del fifty fifty (mitad y mitad) al que efectivamente se alcanzó tras su
regreso en 1974. (*ver recuadro PBI)
Pero ¿cuál es el vínculo de la distribución de la riqueza con la inflación? Los
precios de los bienes y servicios, así como el salario (que puede ser
considerado como un precio laboral ya que ‘precio’ es el valor monetario que se
le asigna a cada tarea, sea trabajar, vender, o producir), representan en el mercado
a los distintos actores sociales, y por lo tanto la desigual evolución de los
mismos (algunos suben más que otros) define los procesos de transferencias de excedente
y de división de la
riqueza. Es decir que la desigualdad de poder se
manifiesta en la sociedad a través del dispar aumento de los precios. Esta
relación es recíproca. Por ende un plan
de estabilización o contención de precios supone un modo de intervenir en la
puja por el reparto de la riqueza generada.
La decisión oficial de no asumir como problema (o asumirlo mal) al
fenómeno inflacionario convalida y reproduce los predominios económicos
existentes.
No está de más recordar
que la inflación es un fenómeno regresivo por definición (porque es un
“impuestazo” generalizado que no discrimina la capacidad económica de la
población), y que son los sectores más postergados los que destinan una
proporción relativamente superior de sus ingresos a la compra de alimentos (estos
tuvieron un crecimiento del 30% para el 2010), por lo que el daño social
castiga más dura y crudamente a quienes menos tienen.
Es una obviedad señalar que no se puede resolver un problema si
previamente no se lo reconoce como tal.
PBI: [RECUADRO DIFERENCIADO DEL CUERPO PRINCIPAL]
El PBI es una medida macroeconómica que expresa
el valor monetario de la producción de bienes y servicios de un país
durante un año. El PIB es usado como una medida del bienestar material de una
sociedad. Una de las formas de calcularlo es a través del “método de la
distribución” o “método del ingreso”.
¿Quiénes reciben ingresos? Las familias
trabajadoras, las empresas y los dueños de la tierra. Mediante
éste método sumamos los ingresos de todos los factores que
contribuyen al proceso productivo, como por ejemplo, sueldos y salarios,
comisiones, alquileres, derechos de autor, honorarios, intereses, utilidades,
etc.
Motivos del crecimiento post
convertibilidad
Las elevadas tasas de inflación desde el 2007 están directamente
vinculadas con el agotamiento de las condiciones que hicieron posible la fase
de crecimiento acelerado iniciado a mediados de 2002:
Debido a la convertibilidad, que abarataba la importación de
productos que se hacían acá, muchas fábricas quebraron y otras se redujeron. De
esta forma se amplió la capacidad ociosa de las empresas y la disponibilidad de
infraestructura económica (en materia de transporte y energía) al tiempo que
empezaba a crecer vertiginosamente el desempleo.
Luego, tras la convertibilidad, la acelerada expansión del
nivel de actividad se basó fundamentalmente en la utilización de la capacidad
ociosa de las empresas, pero no en la expansión de la inversión en capacidad
instalada.
Hay muchas características determinantes de esta “actitud”
empresaria ante la inversión que deben mencionarse para lograr una comprensión
acabada.
Las principales firmas, con el poder que les otorga la
concentración, tienen una extraordinaria capacidad de fijar precios con
independencia de sus costos y trasladar estos aumentos al resto de la economía. Al mismo
tiempo, la falta de inversión debe explicarse en el marco de las ganancias
extraordinarias que las principales firmas realizan en la depredación de
nuestros recursos naturales, en la oligopolización de mercados claves (como la
siderurgia o la petroquímica), y en el usufructo de una fuerza laboral a un
precio deteriorado (el 50% de los ocupados gana por debajo del salario mínimo).
Los factores mencionados configuran arbitrariedades a favor de los grandes empresarios
que tienen las manos libres para aumentar precios hechando leña al fuego de la
inflación.
Todo esto hace entendible que la base de ese crecimiento entre el
2002 y el 2007 no haya sido la inversión, porque nos encontramos en un ordenamiento económico determinado por una concentración
alta de los medios de producción en el contexto de un perfil productivo que
premia la apropiación de ganancias extraordinarias sin esfuerzo inversor.
Concentración y monopolización
Nos encontramos frente a
una tremenda disparidad de precios que se produce entre los distintos sectores
de la economía.
Disparidad que beneficia a los sectores más concentrados por
su poder en la formación de precios de los bienes o servicios, cuya oferta o
demanda tienen capacidad de controlar.
El Estado con su accionar sobre determinados precios (sin olvidar
que el salario puede ser considerado como ‘precio laboral’) puede hacer que
algunos de ellos no suban o suban menos que la inflación. Por
ejemplo cuando se pone un tope a los aumentos de salarios, las tarifas, o al
precio de un producto en particular. Se dice que eso opera como un ancla para
la inflación.
Por supuesto que una política de defensa del valor del peso no
puede limitarse sólo al aspecto restrictivo de la remarcación mediante
disposiciónes administrativas, sino que debe ser integral encarando todos los
factores de la inflación, por el lado de la oferta y la demanda y con una
política de ingresos y salarios que ponga lo principal en la defensa y el
desarrollo de la producción nacional y el bienestar del pueblo. Sino, los
precios no controlados aumentan con una rapidez mayor. Con lo que se profundiza
el aumento distorsionado de los precios a favor de los sectores concentrados de
la economía, que terminan siendo los principales beneficiarios de los menores
precios relativos de los ítems controlados, sea de los salarios, de las tarifas
o lo que sea.
¿Quiénes se benefician
con la inflación? Mientras en los sectores altamente concentrados
los precios crecen mucho más que el índice de inflación (que es un promedio), en
los sectores donde hay competencia los precios crecen menos que dicho
promedio. Con lo que se produce un traslado de ingresos desde los sectores
menos concentrados hacia los sectores más concentrados.
La monopolización (máxima expresión de la concentración) puede darse por el
lado de la oferta o de la
demanda. En cualquiera de estas dos situaciones, la
contraparte siempre es la perjudicada.
También puede darse por ambos lados: monopolio por demanda y por
oferta. Como ocurre en el caso de muchos productos intermedios. Por ejemplo en
el caso de la leche, donde miles de pequeños y medianos productores no tienen
otra opción que vender el producto a una gran usina láctea, que monopoliza la
demanda y que, a partir de eso, monopoliza la oferta de productos lácteos: aquí
pierde el productor inicial que ofrece la leche y pierde el consumidor final
que la demanda.
Entonces “los precios suben”. No, los precios no suben solos, hay
alguien que los sube para cumplir con sus objetivos. Y lo hace cuando la
situación distributiva le da el poder suficiente como para imponer el precio
que más le convenga, con el que pueda extraer mayor ganancia (aún sin preveer
que subir los precios sin techo termina a la larga jugando en contra de esos
mismos intereses).
Los sectores
concentrados ajustan por precios, sin necesidad de aumentar sus inversiones, y
los sectores perjudicados carecen de posibilidades de hacerlo, al contrario se
descapitalizan.
Reforma impositiva
Siendo coherentes con este diagnóstico, un combate a la inflación
no puede desentenderse de una reforma impositiva progresiva y de una estrategia
de créditos para aumentar y redireccionar el proceso de inversión.
Detrás de la actitud de negar la inflación, el gobierno saca jugo expandiendo
su recaudación, mientras evita encarar el necesario replanteo impositivo. Efectivamente,
es la ampliación de la recaudación motorizada por la inflación la que permite cumplir
con el pago a los acreedores de la deuda pública y la que permite financiar la
abultada cuenta de los subsidios destinados a toda clase de sectores (desde la
positiva asignación universal por hijo hasta los negligentes subsidios al
empresariado irresponsable presente en los ferrocarriles y en tantas otras
ramas fundamentales).
La
máquina de hacer billetes y la inflación [RECUADRO DIFERENCIADO DEL CUERPO
PRINCIPAL]
Respecto a la difundida idea de que una de las causas
predominantes de la inflación es la presencia de una excesiva emisión
monetaria, respondemos que la inflación no es un fenómeno sencillo ligado a “la
maquinita”. Dicha idea monetarista afirma que si no aumenta la producción y el
banco central ordena la impresión de más billetes para una misma cantidad de
producto, habrá necesarias remarcaciones para colocar ese excedente de dinero
en circulación. Si fuera tan sencillo como “calcular” cuanto dinero es
necesario y no imprimir de más ya habríamos encontrado el punto de equilibrio
necesario para no cometer errores. Pero ciertamente la mayor emisión monetaria siempre es consecuencia de un aumento de los
precios y no al revés; además de que la inflación es un fenómeno
estructural y complejo que expresa la relación de fuerzas que predomina en una
sociedad. Reconocer que proceso de
formación de precios está íntimamente ligado con la interacción entre trabajadores y
capitalistas, permite comprender qué clase de riesgos podría haber si para
solucionar el problema inflacionario se mirara sólo el costado monetario.
Si la interacción entre capital y trabajo arroja una inflación por
encima del objetivo de la autoridad monetaria (Banco Central), ésta podría
siempre intentar reducir la inflación disminuyendo la emisión de dinero.
Pero el control de la oferta monetaria tiene un carácter
adicional, no esencial. Es decir, el banco central no puede controlar cuál de
los componentes recibe el impacto de la reducción: la retracción de la
oferta monetaria genera una alteración en la distribución funcional del ingreso
que depende del equilibrio de fuerzas que tenga lugar en la puja distributiva
entre trabajo y capital. Mientras que en algunos casos todo el peso del
ajuste monetario podría recaer sobre la acumulación de los capitalistas, en
otros ese mismo peso podría recaer sobre la masa salarial de la economía, es
decir sobre la participación de los trabajadores en el ingreso total de la
economía.
Debido a esto, la expansión monetaria es la variable dependiente
del aumento de precios y no al revés como lo plantean algunos. A partir de lo
cual, dado que el problema inflacionario es por falta de crecimiento y no por
exceso, las políticas fiscales y crediticias deben impulsar la inversión a fin
de aumentar la oferta de productos para que la misma no quede atrasada frente a
una persistente (y saludable) demanda de bienes.
El
crecimiento estancado (o la famosa falta de inversión) genera escasez de oferta.
[RECUADRO DIFERENCIADO DEL CUERPO PRINCIPAL]
Para desarrollar un poco mejor la
afirmación anterior debemos tener en cuenta que hay rigideces estructurales en
la oferta de determinados productos lo cual hace que, ante un aumento de
demanda de los mismos, en la dificultad por cubrir esa nueva demanda creciente,
aumenten los precios individuales de tales productos. Este aumento se traslada
a la estructura de costos de otros productos y a su vez todo esto deteriora el
poder adquisitivo de los trabajadores.
En suma, el crecimiento económico cuando
llega a su estancamiento por falta de inversión genera desajustes en los
precios a causa de la rigidez de la estructura productiva con lo que, en estas condiciones,
y por motivos de insuficiencia en la economía productiva, todo crecimiento
conlleva un alza del nivel de precios. La posterior consecuencia del aumento de
precios generalizado y sostenido, es la necesidad de emitir más dinero para
cubrir el monto nominal de las transacciones.
Una política de inversiones en capital
básico mejora la flexibilidad estructural de producción y coopera a su vez con
el equilibrio pretendido de oferta y demanda global de dinero.
EL PAPEL DEL AGRO, LA INDUSTRIA Y EL COMERCIO
EXTERIOR EN LA INFLACIÓN [RECUADRO DIFERENCIADO DEL CUERPO PRINCIPAL]
Uno de los efectos que produce un tipo de cambio alto* en un país
con tanta tierra fértil como el nuestro es que quienes exportan soja, maíz,
trigo y carne obtienen altísimas ganancias ya que los costos de producción son
nacionales (y en pesos) pero los precios de venta en el mercado internacional
están en dólares. Si un solo dólar equivale a muchos pesos, las ganancias en
pesos son muy altas. Desde la aplicación de este tipo de cambio, la retención
de una parte de esa ganancia por parte del Estado ha sido un elemento central
para administrar esos ingresos estatales en distintas políticas que
favorecieran el crecimiento general. Y esto fue a pesar de que estos sectores
de la concentración agroexportadora, al vender en el mercado internacional y
ganar fortunas, no quieren ver reducidas sus ganancias a la hora de vender en
el mercado interno la parte de los productos que acá consumimos. Entonces se
encargan de igualar ganancias subiendo los precios locales (en el 2010 la carne
ha sufrido un aumento de precios anualizado cercano al 50%). A esto se le suma:
que las compañías exportadoras (no siempre son lo mismo que los productores) se
llevan un tercio de la renta agropecuaria;
que hubo una extraordinaria alza mundial del precio de las materias
primas; y que no se ha podido evitar su total traslado a la mesa de los
argentinos tras el “voto no positivo” que impidió la aplicación de las
retenciones móviles a la exportación (como parte de una posible política de
moderación de esas ganancias que debía funcionar a favor de la redistribución
de esos ingresos). Sumando todo esto nos encontramos con una situación de
suba de precios internos que van a la búsqueda de igualar los precios externos.
Ahora bien, vale aclarar que un tipo de cambio alto genera efectos
en otros sectores de la
economía. Luego de la convertibilidad, el sostenimiento de un
dólar caro era un medio para proteger a la producción local frente a la
competencia externa. Porque si se necesitan más pesos para comprar un dólar,
todos los productos importados pasan a ser más caros que los productos
nacionales del mismo rubro, con lo que se protege la industria nacional. Hoy
en día la inflación desdibuja los efectos de la política cambiaria antes
mencionada, porque genera que los productos importados no sean mucho más
caros que los nacionales, ya que la diferencia se achica al haber aumentado
los precios de la productos nacionales. Frente a esto, se supone que el
gobierno mantiene el objetivo de proteger la fabricación argentina, pero a
través de otra herramienta: las trabas administrativas a las importaciones que
signaron el período 2008-2012.
Lo que habría que destacar es que esta herramienta es insuficiente
porque no ataca al problema de fondo y por lo tanto no logra evitar la
reducción del superávit comercial, así como las restricciones a la compra
minorista de dólares tampoco alcanza para parar la fuga de capitales. El
problema cuyo tratamiento siguen ignorando vuelve a ser la inflación.
Pero por otro lado, volviendo a la cuestión cambiaria, si esta no es abordada integralmente en
función de aprovechar lo mejor de cada sector, termina funcionando como un bolso roto que siempre pierde desde algún
lado. Dentro de la esfera de la producción industrial se genera una
situación compleja porque la matriz productiva nacional sigue siendo
dependiente del extranjero y por lo tanto hay equipamiento, maquinaria e
insumos que necesita la industria nacional, pero que deben ser importados
porque no los fabricamos en el país actualmente.
La solución que nos
ofrece el peronismo desde la experiencia histórica está basada en desdoblar el
tipo de cambio según el sector de la economía. Un tipo de cambio alto para las exportaciones de
materia prima a fin de hacerlas más rentables y competitivas, al tiempo que eso
coexistía con un tipo de cambio bajo (devaluado) para que el país pueda comprar
en el exterior la maquinaria necesaria que aún no estuviera en condiciones de
ser construida aquí. Y esta combinación queda perfectamente completada si hay
altos aranceles para la importación de productos terminados y a su vez el
Estado controla el comercio exterior de granos obteniendo y manejando (en
función de industrializar el país) las altísimas ganancias por la alta
competitividad de nuestros productos agrícolas. Esa fórmula es a la que debe
aspirar la economía nacional para beneficio de todos, y la que nosotros
impulsamos desde el programa de los 21 puntos.
*se denomina “tipo de cambio” al precio de las divisas (en este
caso cuánto cuesta comprar un dólar)
INDEC. ¿MENTIR PARA QUÉ?
Durante la última renegociación de la deuda pública, Lavagna
cometió el crimen de ligar los bonos de deuda externa al crecimiento de la
inflación, por eso durante un tiempo se hablaba que la intervención al INDEC
era parte de una “mentira patriótica” para pagar menos. Y los bonos atados a
la inflación fueron disminuyendo, pero el problema es que al disimular la
inflación, el crecimiento económico del país se contabiliza como mayor y la
parte de la deuda externa ligada al PBI aumentó, neutralizando los efectos
de la “mentira patriótica”, y dejando un dibujo que genera muchísimos más daños
en otros campos.
Al haber “confusión estadística”,
este factor incide en la formación de expectativas. Si supusiésemos que la
inflación de este mes va a ser igual a la del mes anterior (aunque en realidad
la inflación cambia mes a mes), debemos agregar un factor de incertidumbre
acerca de cuál ha sido realmente la inflación pasada y sumarle un valor según
el nivel de desconfianza respecto de las mediciones oficiales.
Por ejemplo, una confiable estadística nacional sobre el nivel de evolución de
los precios permite a los distintos agentes económicos pautar costos de
producción (los empresarios necesitan conocer los
precios fijados por otros empresarios que funcionan como proveedores y en
función de ello fijan un presupuesto), planes de inversión o sencillamente
saber por dónde andan los precios para ubicar en función de eso los aumentos
salariales necesarios para que no disminuya el poder adquisitivo del
trabajador. No olvidemos nunca que los
trabajadores son también los principales consumidores de los bienes y servicios
que generan.
LA PUJA PRECIOS-SALARIOS
En un proceso de inflación, en que la remarcación y
el aumento de los precios es sostenido y constante, el salario real de los
trabajadores caerá ante cada aumento de precios.
Y para reaccionar a esto está el
sindicato, que si demuestra fuerza puede elevar el salario a la par de la inflación. Pero esto
no se detiene allí porque dado que los
empresarios jamás están dispuestos a disminuir su tasa de ganancia, una vez que
esos costos salariales aumentan, ellos aumentan sus precios para compensar.
Los salarios volverán a subir para “acompañar” esta inflación y no perder poder
de compra, y así cíclicamente se profundiza y agrava la inflación.
Pero el reclamo sindical no es origen ni causa del proceso inflacionario.
Forma parte de la rueda inflacionaria como una herramienta de auto defensa
de los trabajadores frente a la voracidad de los empresarios, la debilidad
de la economía por no haber inversiones, y la arbitrariedad de los grupos
concentrados.
UNA EXPERIENCIA POSITIVA
Como se ha desarrollado, la inflación es un fenómeno regresivo
para todos los que trabajan, los que permanecen sin trabajo y para todos los
sectores con vocación de ganar dinero armonizando sus intereses con el
desarrollo de las capacidades de la Argentina.
Además de los múltiples errores, ninguneos y desprolijidades en las que incurre
el gobierno nacional en relación a la inflación (elementos que debe erradicar
si quiere encarar el problema), está claro que no podría ensayarse una política
superficial para solucionar una cuestión que estructural y recurrente en
nuestra economía.
En la historia argentina ha habido experiencias de freno a la inflación que
duraron poco tiempo pues se hicieron con una devaluación que cargó los costos a
la clase obrera, el pueblo, y la producción nacional, tal fue la experiencias del plan Austral de
Alfonsín. O experiencias contrarias e igualmente regresivas como la
convertibilidad con Menem.
Pero también hubo una
experiencia de freno a la inflación durante el segundo gobierno de Perón, que
no se hizo a costa de los intereses del pueblo trabajador y de la producción
nacional. Con una política de ingresos que contempló el mantenimiento de
los salarios y jubilaciones en términos reales; con una política cambiaria diferenciada a favor de
las necesidades de importación de la industria nacional combinado con la mejor
competitividad de las exportaciones agropecuarias; garantizando la estabilidad
del peso a través del manejo del comercio exterior (con el Instituto Argentino
de Promoción del Intercambio, IAPI), y con la nacionalización de los depósitos
bancarios (por cuenta y orden del Banco Central, que junto con el Banco
Nacional de Desarrollo distribuía el crédito blando a favor del consumo y la
producción argentina). Así se logró
bajar la inflación de 38,8% que fue en 1952, a 4% en 1953.
La actitud del gobierno
Para interpelar la actitud del gobierno nacional frente a la
inflación, podemos tomar distintos puntos de vista y analizar algunos indicios.
Puede ser que el gobierno nacional tenga impotencia para resolver
el problema de la inflación, o puede ser que además de estar beneficiándose
objetivamente con ella, lo haga de manera intencionada. También podría darse
que desestime su importancia totalmente.
La idea de que la inflación forma parte de una limitación del
gobierno a corregir (sumada a la dificultad de salir de la rueda de mentiras
iniciada con la intervención del INDEC) y que por lo tanto todos los sectores
sociales y políticos deberíamos brindar apoyo y comprensión nos resulta
sumamente improbable dado los últimos indicios del gobierno con su intromisión
en las internas sindicales, con su discurso anti gremial y sus últimas medidas
en materia de legislación laboral (Ley De Mendiguren –ART). Esto a todas luces
nos permite entender que el gobierno
nacional ha decidido dejar de profundizar la transformación positiva de la
Argentina y que no sólo no está avanzando al ritmo que nosotros le demandábamos
sino que ha decidido empezar un ajuste a los trabajadores. Y esto SIEMPRE es regresivo para toda la
economía nacional.
“El órgano más sensible del ser humano
es el bolsillo” –J. D. Perón.
La actual política de desmerecimiento y difamación hacia los
sectores laburantes más combativos transpira concepciones anti sindicales,
oportunistas y sumamente liberales.
Todo esto lo impulsa el gobierno a través de su prensa y de sus
organizaciones políticas. En particular acusan a los trabajadores y a los
sindicatos que son ejemplo en la defensa de los intereses de la clase obrera de
gozar de buenas remuneraciones. Es decir, acusan a los trabajadores con
dignidad de querer defenderla y, sobre todo, de querer progresar. Parece que
una persona es más legítimamente trabajadora mientras más sufrida sea su
situación, y más válida es su lucha mientras menos posibilidades tenga de
avanzar.
De la misma forma en que nosotros no tenemos inconvenientes en que
existan empresarios que obtengan buenas y justas ganancias en la medida en que
aporten al desarrollo colectivo nacional, no le vemos sentido al escándalo y a
la acusación de que una parte de los
trabajadores que reclaman por las falencias del modelo “tienen buenos
salarios”. Acusación que tendría que venir de quienes nosotros consideramos
enemigos de los intereses del trabajador y de la Patria, pero que viene de
quienes hasta hace poco se definían como nuestros compañeros en la construcción
de un Proyecto Nacional.
Luego viene la comparación con “el infierno” de la crisis del 2001.
No nos importa si la torta ayer era más chica. Tal como
desarrollamos al principio de la nota, nosotros trabajando contribuimos como
nadie a su crecimiento. Hoy la torta es más grande y queremos nuestra justa
parte.
Defendemos a los trabajadores y al pueblo en general. No
hacemos “reclamos políticos” desvinculados de eso. No somos oportunistas
ni determinamos “lo que se puede hacer” y lo que no. Aquel que piense que hoy
día la situación política y económica sólo nos permite mediocres realizaciones
y que entonces no podemos aspirar a recuperar los laureles que supimos
conseguir, que repiense su proclama de la política como herramienta de
transformación y que deje su proclama de juventud: nosotros sí estamos
dispuestos a decir lo que es, lo que debe ser y a luchar por eso.
Muchos dicen que es inaceptable que después de las terribles
tragedias por las que pasó nuestra Argentina enfrentemos a este gobierno. Los
trabajadores sabemos muy bien de los atropellos que hubo contra nuestra
economía, nuestros derechos humanos y nuestra sociedad a lo largo de la
historia nacional. Lo sabemos porque los hemos sufrido en la primera línea.
El discurso del funcionariato, la militancia y la prensa
oficialista se basa en que ellos son lo
mejor que hay en la historia actual, en que no debemos enfrentarlos porque eso sería debilitar “el modelo”, y en que
si ellos se debilitan podrían volver las tragedias…
Pero a nosotros los trabajadores no nos alcanza con el discurso
simbólico. Las palabras no son paños
fríos para el bolsillo. Desafiamos al gobierno no porque vayamos en contra
de su discurso simbólico, sino porque queremos al Estado de nuestro lado en
la disputa por la distribución de los ingresos que generamos. Le planteamos
esa disputa a los dueños de los capitales trasnacionales que se llevan la
riqueza del país, y a los patrones irresponsables enriquecidos a fuerza de
subsidios estatales.
Hernán Novara-Juventud
Sindical- 20/11/2012